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sábado, 26 de febrero de 2011

Crecer más y mejor en Nicaragua

Gratuidad y discriminación

Entre mis primeras lecturas de ciencias sociales estuvo el libro “En vez de la miseria”, del economista chileno Jorge Ahumada, prematuramente muerto, y que habría de releer, muchos años después, al encontrarlo en la biblioteca de Pedro Joaquín Chamorro.

Escrito a mediados de los años 50 del siglo pasado, en ese libro se adelantó un diagnóstico que mucho después daría origen a algunas de las políticas sociales modernas más eficaces.

Decía Ahumada, desafiando las nociones más espontáneas e inmediatas, que “la educación indiscriminadamente gratuita era discriminatoria”. ¿Contradictorio, no? En apariencia sí, en el fondo no. Veremos.


El tema me ha venido a la memoria a propósito de que con motivo de mi proclamación como candidato a la Vicepresidencia de la República por la Unidad Nicaragüense por la Esperanza (UNE), para que acompañe en la fórmula al candidato presidencial Fabio Gadea Mantilla, he estado expuesto a numerosas entrevistas en los medios de comunicación.

En una de esas entrevistas, y recogiendo sin duda una de las informaciones con la cual más frecuentemente el gobierno de Ortega adorna su discurso demagógico, la periodista me interrogaba si acaso yo no reconocía que el gobierno de Ortega había establecido la plena gratuidad de la educación.

Si y no, le dije.

Sí, le comenté, porque ahora no se requiere de los padres de familia  -de los que podían, por cierto-  ninguna clase de contribución para el funcionamiento de las escuelas.

No, le afirmé, porque muchas familias pobres, y sobre todo las más pobres entre las pobres, aunque no tengan que hacer ningún pago a las escuelas públicas, tampoco pueden enviar a las niñas y niños a las escuelas. Es tal su precariedad económica que desde temprana edad requieren a sus hijos en labores agrícolas y artesanales, o en trabajos domésticos, cuando no en la mendicidad y la prostitución infantil, porque en esas familias se carece de los empleos y los ingresos que les permitan prescindir del trabajo infantil.

Eso es lo que explica, en buena parte, que las cifras de matrícula, por más que las maquille el gobierno, se queden cortas en comparación con la población infantil y juvenil que debería estar estudiando.

Es lo que también explica el carácter discriminatorio de la educación “aparentemente gratuita”, porque las familias menos pobres o no pobres del todo, si pueden aprovechar la oportunidad de la educación gratuita, y hasta pagar educación privada de mayor calidad.

Es lo mismo que explica, en sentido positivo, el éxito de programas de transferencias monetarias  -se asignan recursos a las familias pobres contra la garantía que las hijas e hijos permanezcan en las escuelas, y cumplan con determinados programas sanitarios-  como “Bolsa Escuela” en Brasil, “Oportunidades” en México, y programas semejantes en otros países, con gobiernos ya sean de izquierda o derecha. Desde luego, en esos países hay capacidad fiscal para esas transferencias monetarias por el rápido crecimiento económico y de generación de empleos, como son los casos de Brasil, Chile, Panamá y Perú, entre otros.

El razonamiento es apabullantemente sencillo: si en las familias no hay suficientes empleos, y empleos bien pagados, por más gratuito que sea el acceso a la educación, muchos niños y niñas se quedarán sin ir a la escuela. La pobreza entonces se transmite, inevitablemente, de generación en generación.

Lo anterior demuestra que la creación de empleos es la mejor política social, y, en todo caso, la base de políticas sociales eficaces y sostenibles.

Y en materia de empleos y salarios  -con un mediocre crecimiento económico y el salario real promedio habiendo retrocedido al nivel de hace 8 años-  el gobierno de Ortega es un mayúsculo fracaso.

Crecer más y mejor

Yo no soy economista, me dijo Fabio Gadea Mantilla, pero no es necesario serlo para saber, agregó, que si no crecemos más y mejor, no saldremos de la pobreza.
Con la reflexión anterior, Fabio me pidió integrarme al equipo que viene preparando lo que serán las grandes líneas de su programa de gobierno.

Por cierto, ese equipo no está realizando un ejercicio tecnocrático, de especialistas encerrados en una oficina, decidiendo por sí y ante sí que es lo que la gente quiere. El equipo ha venido recopilando las demandas y planteamientos que diferentes sectores  -como el Plan de Nación de la Coordinadora Civil, la Agenda de Nación de otras organizaciones no gubernamentales, la Agenda COSEP, e incluso propuestas de otras organizaciones políticas-  para identificar, dentro de las opciones y propuestas más deseables, aquellas que sean más posibles y urgentes.

Crecer más, y mejor, no solamente hace todo el sentido del mundo, sino que además es posible.

En los 6 años previos al gobierno actual de Ortega, la economía creció a un promedio del 3.5% cada año. Ese crecimiento, modesto e insuficiente, por cierto, en los cuatro años de Ortega se desplomó a un promedio de apenas el 2% por año (generándose, desde luego, menos empleos que la población que cada año entra al mercado laboral).
Se trata de crecer más, mínimo al 7% cada año. Y crecer mejor, tanto en términos sociales, con todos los sectores sociales beneficiándose del crecimiento económico. Pero también crecer mejor territorial y sectorialmente hablando, superando la actual concentración del crecimiento en pocos sectores y pocas regiones. Ambas cosas, distribución social y territorial del beneficio del crecimiento económico, van de la mano.

Ese es el cambio que propone la Unidad Nicaragüense por la Esperanza (UNE): crecer más y mejor, para tener una nueva Nicaragua. Todo lo demás es pasado y continuismo.


El ¡uyuyuy! de Ortega

¡Uyuyuy! es una expresión popular para denotar que se está tratando de meter miedo. Es lo que hace Ortega, que dice a los sectores empresariales, que él garantiza la estabilidad, lo cual implica la amenaza velada que si le sacamos del gobierno, como efectivamente le vamos a sacar en las próximas elecciones, él volverá a los tranques y asonadas de antes.

Me salió el tema esta semana con un periodista.

No, le dije, ahora es diferente. Ortega y su círculo, con sus grandes empresas de energía, ganaderas, hoteleras, turísticas, constructoras, y de comercialización de productos agroquímicos y agropecuarios, tienen interés en la estabilidad, estén en el gobierno o en la oposición. Lo contrario sería darse con su propia piedra en los dientes, y tontos no son.

De modo que así como no tememos a Ortega en el gobierno, menos le vamos a temer en la oposición.

Dos clases de muertos

Aparentemente, para Daniel Ortega hay dos clases de muertos. Los que ve, y no le gustan, aunque no sean muchos. Y los que no ve, y de sus palabras se deducen le gustan, aunque sean miles y miles.

Cuando el 1 de marzo de 2008 las tropas del gobierno colombiano atacaron un campamento de las guerrillas de las FARC, en el borde fronterizo del lado ecuatoriano, y murieron varios guerrilleros, Ortega llamó genocida al Presidente Uribe de Colombia.
Ahora que su amigo Gadafi, en Libia, ha cometido un genocidio inimaginable en el siglo XXI, Ortega, desde Niquinohomo, en el aniversario del natalicio de Sandino, se solidarizó con el dictador libio.

Y aunque el mensaje de solidaridad de Ortega ha sido retirado de la página Web del gobierno, queda para la historia universal de la infamia.

(Este texto corresponde a la edición 138 de la columna El Pulso de la semana, que el autor escribe y transmite por Radio Corporación)

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