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sábado, 5 de febrero de 2011

En el espejo de El Nuevo Diario y Egipto

Por Edmundo Jarquín

Basta, desde luego, la preocupación democrática, y específicamente por la libertad de expresión, como el fundamento de todas las otras libertades, según lo dijera Pedro Joaquín Chamorro en uno de sus últimos discursos, para que se enciendan todas las luces de alarma y de indignación, y ojalá de formas de protesta más firmes, por lo que está ocurriendo a El Nuevo Diario (END), acosado por las autoridades del Ministerio de Hacienda por el hecho de haber denunciado la corrupción del Director General de Ingresos (DGI).

Que eso no puede estar ocurriendo sin la autorización del Presidente de la República, es obvio, como tantas personas lo han señalado.

Que eso forma parte del creciente uso de la represión institucional   -forma quizá más sutil, pero no menos violenta de represión dictatorial-  también ha sido denunciado.

Yo, que me sumo fervientemente a todas esas manifestaciones de preocupación democrática, quisiera agregar otra perspectiva.

Mi mensaje   -y fíjense bien, en reiteradas ocasiones he reconocido y reconozco una vez más la importancia que el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) insista frente al gobierno en una agenda de fortalecimiento de la institucionalidad democrática-   está dirigido a quienes creen que se puede indefinidamente separar la política de los negocios.

Es un grave error.

Lo vimos cuando después del terremoto de 1972 Somoza llamó al mismo la “revolución de las oportunidades”, porque al haberse destruido muchos activos (viviendas, comercios, industrias, infraestructura, etc) generó las oportunidades de inversión y los flujos de financiamiento (por liquidación de seguros y préstamos y donaciones internacionales) para reponer esos activos. Pero el caso fue que la luna de miel entre quienes entonces decían que había que separar la política de los negocios, y Somoza, terminó, porque éste usando el poder del gobierno empezó a acaparar a su favor la “revolución de las oportunidades”.

Exactamente lo mismo anticipa el acoso económico a que está siendo sometido El Nuevo Diario. En la medida que más y más miembros del círculo gobernante, con Daniel Ortega a la cabeza, apalancándose en el poder gubernamental se están volviendo empresarios, y se comienza a perfilar la misma confusión de Somoza  -empresario y gobernante, y como empresario cargando los dados cargados del gobierno a su favor-   en algún momento dirán, desde el poder, a quienes ingenuamente creen que puede separarse la política de los negocios, “apartáte vos, que me quedo yo”.

Curioso, porque ya no es el Daniel Ortega confiscador por socialista, sino por capitalista. Pero confiscador, al fin y al cabo.

En el espejo de Egipto

Lo primero que se me vino a la mente con lo ocurrido en Túnez, está ocurriendo en Egipto, y se anticipa ocurrirá en otros países del norte de África y del Medio Oriente, fue la tesis de George Friedman, de una importante firma norteamericana de “inteligencia estratégica”, en su libro titulado “Los próximos cien años”.

Analizando grandes macrotendencias demográficas, religiosas, tecnológicas, económicas, militares, entre otras, Friedman sostiene que en el último siglo, y según anticipa algo semejante ocurrirá en el actual, más o menos cada dos décadas se han producido y se producirán importantes cambios en la geoeconomía y la geopolítica mundial. Para sustentar su tesis, explica como a finales del siglo XIX, la “Pax Victoriana”, del imperio británico, parecía eterna, y 20 años después el mundo cayó en la primera guerra mundial que reconfiguró totalmente la geopolítica mundial. Después de los horrores de la “gran guerra”, como se llamó a esa primera guerra mundial porque la mayoría de las muertes se producían cuerpo a cuerpo, cara a cara, sin la distancia que después puso la aviación y artillería de larga distancia de la segunda guerra mundial, nadie apostaba porque semejante horror se repitiera, y veinte años después Hitler estaba llegando al gobierno alemán y poco después se desencadenaría la segunda guerra mundial.

Al hilo de ese análisis, pasando por lo que significó veinte años después del fin de la segunda guerra mundial la ruptura entre el comunismo chino y el soviético, llega Friedman al siguiente fin de ciclo: la caída del bloque comunista y el fin de la Guerra Fría, y la gigantesca ola democratizadora que entonces se desató.

Sin asumir necesariamente esa tesis de George Friedman, no pude dejar de pensar que 20 años después del fin de la Guerra Fría, se está produciendo semejante reordenamiento geopolítico en el norte de África y el Oriente Medio.

Pero tampoco he podido, ni he querido, dejar de pensar que según van las cosas con el gobierno de Ortega, Nicaragua bien puede ver su futuro  en el espejo de lo que está ocurriendo en países como Túnez y Egipto.

En términos de semejanzas se reúnen, al menos, cuatro características. Primero, el intento de gobernantes de prolongarse indefinidamente en el poder, por cualquier medio.

Segundo, la nueva realidad derivada de la revolución en la tecnología de la información. Intentar silenciar las voces de la libertad, es tan inútil como intentar agarrar agua con las manos. Así como el agua se filtra entre los dedos, las voces de la libertad se filtran a través de los celulares, la Internet, la radio, Facebook, Twitter y tantos otros medios.

Tercero, cuando el pueblo está masivamente en las calles, las fuerzas armadas y de policía, si se utilizan para reprimir, no aguantan muchos muertos. A más institucionales las fuerzas armadas y de policía, menos muertos. Ya no existen los espacios de antes, para construir fuerzas armadas privatizadas por la voluntad de caudillos y dictadores.

Cuarto, el uso de turbas para reprimir, tiene sus límites: piedras y palos están al alcance de todos.

Finalmente, los plazos históricos son ahora más breves. Mubarak en Egipto puede haber durado treinta años, pero otros que intenten repetirlo durarán menos, mucho menos.

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